Habíamos escuchado hablar de Montañita, a la que describían como una playa de surf que sólo prometía alegría, buenos momentos y muchas historias para contar. Nuestra corta experiencia nos hacía pensar: “¿Pero cuan diferente puede ser a cualquier otro lugar de playa que ya hayamos conocido?”. Fue así como a mediados de enero de aquel año, tras muchas horas de viaje procedentes desde Chiclayo, Perú, arribamos al tan ansiado destino.
Cabe mencionar nuestro breve paso por Guayaquil, la ciudad más calurosa del planeta tal como describiera Mano Negra en su tema “Guayaquil City”, que nos causó una primera mala impresión de un país que luego cambiaría para siempre nuestras vidas (Más adelante les acercaré un artículo de mi viaje por Ecuador).
En la famosa Ruta del Sol, nuestro bus se detuvo a la altura de Santa Helena y desde ahí viajamos algunos kilómetros en la cómoda caja de una camioneta Ford. Apenas llegamos a Montañita, nos dimos cuenta de que en ese lugar todo iba a ser diferente. Caminar por sus calles repletas de artesanos, con aquel atrapasueños gigante que cruzaba de punta a punta la calle principal, y ver a toda esa gente en los bares del centro del pueblo tomando una cerveza Pilsener y saludando a cada uno de los que recién llegábamos, fue una bienvenida más que satisfactoria.
Nuestra estadía transcurrió en un Hostel que lo tenía todo, al mismo tiempo que muy poco. Resto del Mundo por aquel entonces te ofrecía alojamiento con vista al mar, una brisa que alejaba a los mosquitos “talibanes” que rondan la zona y la libertad de hacer lo que se te antoje, siempre y cuando no molestes a los demás, por la módica suma de U$S 3. A cambio, tenias que dormir en una pieza compartida con casi 20 colchones a nivel del suelo, cubiertos por una antigua red mosquitera (con muchas orificios de entrada para aquellos insectos habitúes del establecimiento) y un cofre al más puro estilo pirata para que reposen tus compañeros de viaje: la mochila, documentos y el efectivo.
Fueron doce días de vivir de un parate en un viaje agotador, donde aprendimos a surfear o al menos lo intentamos, donde hicimos amigos de todo el mundo y que por la falta de popularidad de Facebook hoy ya no recuerdo sus nombres. Pero en fin, fogones y fiestas en la playa, unos pocos bares y un destino cuya magia la constituían los atardeceres, las olas y su gente.
La vuelta menos esperada
Hace algunos meses sumergido en la burbuja de la oficina y ya casi terminando el verano me di cuenta de que necesitaba unas vacaciones, sin embargo todavía había que superar algunos obstáculos. El primero coordinar con mis tareas para que pudiera desenchufarme por algunas semanas; el segundo elegir un destino que tuviera sol y arena, que permitiera descansar, alejado de la vida del Resort “all inclusive”, económico y lo suficientemente atractivo como para convencer a algún compañero de viaje dispuesto a salir de vacaciones en marzo.
Tras la decepción de ver que una visita a Río de Janeiro se tornaba imposible por ser “carnaval”, a donde sólo un jeque árabe podría asistir debido a los elevados precios de todo, el portal www.despegar.com me ofreció algunas alternativas entre ellas Guayaquil. Tras analizar otras opciones y mis ahorros la decisión estaba tomada: MONTAÑITA RELOADED 2011.
Para ser sincero, tenía muy pocas expectativas por los comentarios que me habían llegado. El lugar había crecido mucho en estructura, por ende había perdido esa tranquilidad que lo caracterizaba. Además, se había popularizado entre los viajeros procedentes de mi ciudad, Córdoba, y no era precisamente mi idea de unas vacaciones diferentes la de escuchar nuestra tonada durante tres semanas.
Arribamos al aeropuerto de Guayaquil por la noche y nos quedaba averiguar de qué manera íbamos a viajar hasta Montañita en plena noche de carnaval donde los guayaquileños migran, como aves en invierno, hacia las playas más populares de la región. Tras recolectar un grupo de compatriotas que se encontraban en la misma situación viajamos en un minibús hacia destino. No puedo dejar de mencionar un leve incidente cuando el chofer de nuestra nave viró a la derecha antes de subir a la autovía, ingresando a uno de los barrios que en principio se presentaba como el más peligroso que había transitado en mi corta vida. Por suerte, sólo se dirigió a buscar a un acompañante para que el camino de vuelta sea más entretenido y así evitar quedarse dormido.
Tras un par de horas en ruta vimos el mar, y algunos minutos después arribábamos a un Montañita que ya no era lo mismo, según mis recuerdos. Caos, música demasiado fuerte, enjambres de personas que gritaban y se arrojaban mutuamente espuma loca de carnaval, playas abarrotadas de botellas y gente en estado calamitoso que de a poco iba a intimidando a los recién llegados. Finalmente y tras la odisea llegamos, a las 1:00 am, a la paz de Kundalini, el hostel que habíamos reservado vía web. Con un staff muy amable hicimos el check in, dejamos los bolsos y encaramos nuevamente hacia esa jungla que habíamos atravesado.
Con el correr de las horas y los días de carnaval nos fuimos acostumbrando a este ritmo frenético. Por suerte ya habíamos conocido a muchos amigos en el corto trayecto y en las angostas calles nos los cruzábamos degustando tragos y cervezas, tratando de entrar en ese clima festivo.
Tras superar la primera noche nos levantamos y dirigimos hacia esas míticas playas surfistas, y ahí una nueva decepción. Miles de personas, mucha basura y un sol que penetraba nuestras blancas pieles, sin vacaciones hasta aquel día. Nos dirigimos hasta “la punta” en busca de ese espacio y paz tan ansiados, y por suerte lo encontramos. Con reggae de fondo, bares con sillones creados para vivir un momento "chill out".
Los días fueron pasando y cada día nos sentíamos más locales. Imposible olvidar esas cenas en la calle principal, en restaurants como Tiki Limbo, acompañados por los tambores y shows se artesanos de diferentes latitudes del planeta. O aquellos exquisitos mariscos a la parilla en el mejor restaurant del lugar, Don Carbón, frente al mar donde podés degustar los mejores sabores con el exquisito toque que la agregan las brasas. Tras la cena una vuelta por la calle de los tragos, una cuadra entera que cuenta con pequeñas barras de tragos que tienen el propio toque mágico de cada barman. El elegido fue el gran Eugenio o como él se hacía llamar “UnGenio”.
A continuación les haré una especie de agenda para vivir una semana de fiesta en montañita:
Lunes: Fiesta Reggae en “La Punta”. Fogón sobre la playa, malabares con fuego buena música y cerveza a temperatura ambiente.
Martes: Tal vez la noche más tranquila de la semana. Podés dar una vuelta por las calle de los tragos, degustar un buen coctel, comprar alguna cerveza y dirigirte a la playa donde muchos grupos de amigos se encuentran disfrutando del reflejo de la luz de la luna sobre el mar.
Miércoles: Caña Grill, una de las discos más playeras de Montañita. Música, cerveza y cuba libre para bailar descalzo sobre la arena. Bandas en vivo a partir de las 23 hs.
Jueves: Hola Ola (el mejor recinto nocturno de Montañita), presenta “Lady´s Nite”. Por US$ 6 los hombres y 3 las mujeres, disfrutá de la barra libre de 22 a 00 hs. Excelente música, DJ´s invitados, shows en vivo y la inigualable pileta al lado de la pista para aquellos a los que los supera el calor de la noche.
Viernes: Noche fuerte en Montañita. Caña Grill, los bares de la calle principal y Nativa Bambú abren sus puertas a todos los residentes y visitantes de la gran ciudad que llegan para relajarse en su fin de semana.
Sábado: Vuelve el Hola Ola con todo, barra libre de 22 a 00hs y podés acercarte a degustar los platos de una carta con muchas opciones para disfrutar.
Domingo: Noche tranquila tras un fin de semana de playa, sol y fiesta.
Más allá de este cronograma, no todo se vive de noche en Montañita. Hay excelentes lugares para disfrutar, tanto en el pueblo como en sus alrededores. Montañita cuenta con una extensa playa con excelentes olas para su principal atracción: el Surfing. Pero no tenés que ser experto, podés acercarte a las diferentes escuelas que cuenta con instructores de gran conocimiento que se deslizan sobre esas olas desde muy pequeños.
Además, si te cansas de la arena podés optar por algo diferente y subir a la montaña ubicada del otro lado de la ruta para disfrutar de la aventura del Canopy. Un complejo de aventura que cuenta con un trazado de más de 650 mts. de tirolesa para deslizarse a través de una selva tropical y disfrutar de las maravillas que esta esconde.
Otras de las actividades que no podés dejar de experimentar son la visita al Parque Nacional Los Frailes, una reserva que alberga playas paradisiacas vinculadas por senderos, con agua cristalina, plantas y animales exóticos, que te permitirán sentir que estas disfrutando de unas vacaciones bien diferentes. Podés tomar un bus rumbo a Puerto López desde Montañita y allí negociar con los chicos que manejan las mototaxis, que llevan hasta tres personas en su cabina, para que te lleven hasta el interior del parque y te busquen a la hora de cierre del lugar, 17 hs.
Un paseo, un poco más elaborado, es visitar la Isla del Plata, que sería una opción para aquellos que se quedaron con ganas de visitar Galápagos (tampoco se ilusionen, ya que no es lo mismo). Aves muy particulares, una caminata de más de 2 hs. y la posibilidad de hacer snorkel desde la lancha que te lleva al lugar.
Un Tsunami de anécdotas
Estuve dudando si incluir este apartado o no. Fue uno de los momentos más feos que me tocó pasar y tal vez opacaba un poco la nota. Hoy me rio de la situación pero no se la recomiendo a nadie y menos a tantos kilómetros de casa y en lugar adonde la improvisación lo es todo. Lamentablemente durante nuestra estadía nos golpeó la noticia del Tsunami ocurrido en Japón y automáticamente el alerta de desastre para esta otra parte del mundo. En medio de la noche y tras el aviso de unos chicos ecuatorianos nos enteramos de que había una alerta de tsunami para toda la costa del pacífico y que llegaría en aproximadamente 10 hs. Reacciones inesperadas si las hay, despertando a todos lo que conocíamos, saliendo a la ruta, preguntando a la policía, a los vecinos, donde ir que hacer. Como en toda situación crítica, todos tienen su verdad por lo que la confusión era lo que imperaba. Finalmente tomamos la decisión menos acertada con un grupo de 40 personas, subimos a través de un camino totalmente oscuro a las 4 am hacia la cima de la colina más cercana y desde allí esperar LA OLA. Tras idas y vueltas, discusiones e incertidumbre amaneció. Ahí nuestra vista e ideas se aclararon, y tras escuchar un megáfono al más puro estilo Bosnia Herezgovina decidimos bajar al pueblo. Allí nos encontramos con el éxodo de toda la población, o hacia Santa Helena (la supuesta zona dispuesta para evacuación) o hacia Guayaquil. Ni lo pensamos, había que irse lo más lejos posible y el lugar desde donde partiríamos hacia la sierra ecuatroiana era Guayaquil. Allí llegamos y se respiraba un ambiente más tranquilo, en pocos minutos nos subimos a un bus que nos llevo directo a la ciudad de Cuenca (2500 mts de altura y 500 km tierra adentro). Como dice el refrán, “Soldado que huye, sirve para otra guerra”
Me gustaría cerrar este artículo con la siguiente con una reflexión. Fuera de las cientos de actividades que tenés para ocupar tus días, lo más importante es cómo te sentís en el lugar. Tras casi 20 días de “vivir” en Montañita te vas transformando en un habitante más. Hacés amigos, conoces a los locales, te encargas de darle la bienvenida a quienes recién arriban, disfrutás del sol, te aprendes esos temas que escuchas todos los días y que cuando llegabas ni entendías, sonreís todo el tiempo, no tenés problemas ni preocupaciones, empezás a acumular cientos de historias y recuerdos que te acompañarán para siempre y cuando llega el último día sentís esa nostalgia de abandonar un lugar que sentís como propio. Esa es la magia del lugar, esa es la experiencia de pasar por Montañita…