domingo, 22 de abril de 2012

Caribe Colombiano, en lo más alto de Sudamérica (2da parte)


Taganga y Parque Tayrona
Tras unos intensos tres días en Cartagena y sus alrededores llegaba la hora de emprender el viaje hacia el norte de la región, con destino a Taganga. Ubicado a 5 km de la ciudad de Santa Marta, este pequeño pueblo de pescadores es uno de los lugares más nombrados en las guías de viajero y uno de los puntos de encuentro para los mochileros que recorren el país. Partimos desde la terminal terrestre a las afueras de Cartagena en un bus de línea, pagando 25.000 COP el boleto, viajando en un bus muy cómodo y con aire acondicionado. Pero como no podía ser de otra manera estalló un neumático tras apenas una hora de viaje, dañándose por completo la llanta y dando por terminado el trayecto. Fue así que tuvimos que esperar bajo el sol de la carretera a que otro bus arribará y nos hiciera un lugar de parados en su cómodo pasillo, arribando a Santa Marta 3 horas después durante el atardecer.

Desde el lugar tomamos un Taxi (si es que así podía llamarse a aquel medio de transporte: un Dacia soviético, versión utilitario con doble cabina y una caja de carga, adonde fueron a parar nuestra mochilas), que empezó a imponerse en el embotellado tránsito hasta comenzar a remontar por la ruta que subía por el oscuro morro que separa a la ciudad del pueblo de Taganga. Afortunadamente y más allá de las llamadas telefónicas que entre murmullos hacia el taxista mientras conducía, arribamos sanos y salvos al hostel LaTortuga. Salimos de recorrer la calle principal del lugar y tras comer unos ricos calamares fritos volvimos a descansar para aprovechar al máximo la playa del lugar.

Temprano en la mañana partimos hacia Playa Grande, ubicada a una media hora de caminata por sobre una montaña o solo algunos minutos tomando una lancha desde Taganga, con el objetivo de disfrutar del sol del Caribe. Les advierto a todos los turistas que hagan el primero de los caminos que durante el trayecto serán demorados por agentes de la Policía Nacional  que van a pedirles que le “regalen una requisita” de todas sus pertenencias: bolsos, billeteras, bolsillos, etc. 

Durante este viaje fue la primera vez que como extranjero me sentí tan atosigado por la fuerza pública, ya que esta efectuaba controles permanentes sin ningún motivo y preguntas innecesarias obligándote a perder el tiempo sabiendo que, al fin y al cabo, solo estás conociendo y gastando en su país. Sinceramente la única razón de estos procedimientos es encontrar drogas o alcohol para decomisarlo y posteriormente pedir amablemente un soborno para poder librarse de la situación. La Policía colombiana es muy corrupta, pero sin embargo no hay que subestimarla. Les recomiendo a los viajeros no cometer ningún tipo de ilícito durante el viaje, ya que muchos turistas han pasado por un mal momento  por querer escapar de estos aprietos y jamás olviden que no están en su país, somos nosotros los que debemos adaptarnos y no ellos a nosotros.

Volviendo a la arena arribamos a Playa Grande, un lugar muy tranquilo con árboles que llegan hasta la orilla del mar donde podés descansar en reposeras, tomar una buena cerveza helada y comer un pescado recién sacado del mar en los diferentes estaderos instalados a lo largo de la playa. Taganga es famoso por su actividad de buceo de manera que abundan las excursiones para con tubo de oxígeno o para recorrer arrecifes con snorkel. Desafortunadamente el agua del mar era muy fría, según los locales por culpa de la brisa que azotaba a Colombia por aquellos días, pero desde mi opinión el agua helada y cristalina es excelente para refrescarse en las altas temperaturas del lugar. Tras un muy buen día de playa regresamos a Taganga para ver el atardecer y empezarnos a preparar para disfrutar de la noche.

La noche en Taganga no fue lo que esperábamos teniendo en cuenta que arribamos al lugar pensando que arribaríamos al Montañita del Caribe. Por una regulación del gobierno cualquier tipo de bar, discoteca o local bailable debe cerrar sus puertas a las 1 am, de manera que tenés que cenar temprano para aprovechar las actividades y recorrer los diferentes sitios. Según los lugareños esto ocurrió porque unos viajeros de Israel se instalaron en el lugar y comenzaron a controlar todo el negocio de la noche, lo que llevó a un descontrol total por parte de los empresarios locales y autoridades teniendo que imponer esta legislación regulatoria.

Algunas de las fiestas más conocidas son la de la disco “Sensation” y la fiesta de los sábados en “El Mirador”, un hotel enclavado en la montaña frente al mar. Pero como les decía más arriba, en el mejor momento de la noche cuando todo el mundo bailaba desenfrenadamente al ritmo de David Guetta la fiesta se termina y todos los asistentes comienzan a vagar por las calles del pueblo, tomando alguna cerveza, aguardiente o ron.  Las calles del pueblo son muy oscuras y si uno no conoce a nadie del lugar puede encontrarse expuesto a riesgos, tal como el que tuvimos vivir en persona cuando un grupo de jóvenes en bicicleta nos escolto por varias cuadras con un gran cuchillo en la mano. Por suerte nada paso y hoy puedo escribir este post.

Existe una alternativa que son los “after hour” clandestinos, algunas casas muy rústicas que abren sus puertas para que la gente ingrese y consuma bebidas escuchando música. La verdad que no se los recomiendo, los personajes del lugar no inspiran mucha confianza, se ve mucho consumo de droga y la gente entra y sale de esos lugares porque la fiesta nunca termina de encenderse.

Más allá de estas adversidades decidimos pasar 3 días en Taganga, fue bueno poder estar tranquilos y descansar un poco. A pesar de que muchos de los mochileros con los que conversamos llamaban al lugar “Caganga” por la decepción que se llevaron. Para mí es un agradable lugar para pasar unos días de tranquilidad, no de fiesta, antes de partir hacia el Parque Nacional Tayrona.

Tras el fin de semana partimos al Parque Tayrona, una de las reservas naturales más importante de Colombia. Compramos algunas provisiones como agua, pan, latas de atún y una botella de ron para poder pasar las noches en aquel lugar, donde la infraestructura no está muy desarrollada. Tomamos una pequeña buseta por 1500 COP hasta Santa Marta y desde allí una más grande por 5000 hasta el Tayrona. Tras 1 hora de viaje arribamos al ingreso del parque donde hay que pagar una entrada de 35000 COP por ser extranjeros (los estudiantes pagan un precio mucho menor si presentan carnet ISIC). Una vez pasada la barrera del parque hay que pagar otros 2000 COP para subir a un bus que te lleve al comienzo del sendero. Por lo que como verán en Colombia nunca terminas de pagar siempre falta algún billete más para llegar a destino.

Finalmente llegamos al sendero que puede hacerse a pie o a caballo, nosotros optamos por la primera alternativa. Son casi 2 hs. de una caminata asombrosa, a través de un bosque tropical lleno de vida, una vegetación abundante y sonidos que te hacen sentir bien lejos de la civilización. Tras aproximadamente 1 hora de caminata arribamos a la primera playa del Tayrona, Arrecifes, famosa por la bravura de sus aguas y que ya tienen en su estadística más de 200 muertos que osaron desafiarlas. El paisaje del lugar es imponente, con la inmensidad del mar, manglares que desembocan en la playa habitados por infinidad de aves y hasta monos que circulan por el lugar buscando comida de alguno de los viajeros que por allí transitan. Desde allí continuamos caminando por la playa hasta llegar a un nuevo spot llamada “La piscina”, una pequeña olla donde las aguas son calmas y la gente disfruta de un buen baño. En el lugar se puede comprar frutas y jugos naturales para relajarse en ese paraíso. 

Tras dejar este lugar nos acercábamos a nuestro destino final, el Cabo San Juan de Guía, donde pasaríamos la noche. En el trayecto la Policía Nacional volvió a solicitarnos una requisa y allí quedó nuestra botella de Ron Medellín que nos acompañaría durante la noche. Como era de esperar no fue vertida en el suelo sino que probablemente fue disfrutada en la noche por estos hombres de ley.  Media hora más  caminata y finalmente arribamos al Cabo San Juan, un lugar alucinante compuesto por dos bahías en forma de espejo y un mirador en lo más alto del morro que las divide. En el Cabo se debe pagar nuevamente por persona para poder acampar: 15.000 si llevás tu propia carpa o 25.000 si preferís alquilar una hamaca o carpa en el lugar. Las instalaciones dejaban mucho que desear, los baños estaban sucios y las hamacas sobresaturadas de personas y desprovistas de cualquier tipo de abrigo. Les aconsejo elijan la carpa ya que las hamacas pueden ser el anhelo de cualquier viajero pero no es el alojamiento más cómodo. 

Partimos a recorrer las playas del lugar y disfrutar de su belleza. Lamentablemente los dos días que estuvimos en el lugar el sol no abandonó, por lo que la temperatura del agua era bastante fría. Muy cerca del cabo se encuentra la Playa Nudista, extensa  y llena de vegetación pero que de nudista no tenía nada, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría éramos argentinos y no es habitual que nos desnudemos en lugares públicos. 

Al atardecer regresamos al Cabo y conocimos a unas amigas de argentina con quienes tomamos algunas cervezas frente al mar. Como no hay energía eléctrica en el lugar es fundamental llevar una linterna porque no se ve absolutamente nada. En el camping hay un restaurante con precios bastantes razonables, por lo que si no estás muy ajustado con el dinero no hace falta que lleves latas de comida. Tras conversar, tomar algunas cervezas y tocar la guitarra los visitantes se van a descansar temprano como a las 10 pm. 

Tras una noche de mucho frío, muchos mosquitos y mucha incomodidad en las hamacas optamos por regresar a buscar nuestras mochilas a Taganga, que habíamos dejado en el locker del hostel para viajar liviano al parque con una pequeña muda de ropa. Desde allí, conseguimos un servicio de transporte puerta a puerta, Marsol, para regresar a Cartagena a disfrutar de los últimos días de nuestra aventura y poder pasar la noche en Isla Barú, la mejor playa que conocimos en Colombia.

De regreso en la mágica ciudad amurallada nos alojamos en el Hostel El Viajero, sin dudas uno de los mejores hostels en los que he estado en todos mis viajes. Ubicado a pocas cuadras del centro tiene una vida muy prendida, con fiestas propias todas las noches en su patio interno donde tocan bandas y hasta hay una barra de tragos. Es el lugar ideal para conocer gente y hacer nuevos amigos. Tras la fiesta a modo de previa, todos los miembros de El Viajero partimos hacia la “Fiesta del Media Luna Hostel” ubicado en las afueras de la muralla. Una fiesta increíble que cuenta con una terraza adonde todos bailan hasta el amanecer, muy recomendable. Al día siguiente volvimos hacia playa blanca en Barú, donde dormimos en carpa y disfrutamos de la tranquilidad del lugar.  

Ya cerrando el viaje aprovechamos para recorrer algunos rincones de la ciudad antigua que nos habían quedado pendientes como el Castillo de San Felipe, la casa del escritor Gabriel García Márquez, el monumento a la India Catalina y el barrio de Gestemaní.

Me gustaría cerrar este post con algunas reflexiones sobre este viaje. Es increíble tener la posibilidad de viajar a destinos con los que siempre soñaste y así como lo dice la canción “Soñé, Soñé Colombia”, conocer el país cafetero era uno de mis anhelos más grandes. Significó llegar a los más alto del continente, a un país que desde pequeño siempre llamó mi atención, ya sea por su fútbol, por su música o por sus conflictos socio-políticos. Tener la posibilidad de descubrir la alegría de su gente, la amabilidad con la que fuimos recibidos en general, empezar a entender de a poco la cultura del lugar es algo que no tiene precio. Consideró que cuando viajas a un país y sólo pensás en tener la posibilidad de volver a visitarlo, la elección de tu destino fue todo un éxito. Es que Colombia es enorme y rica, por lo que se necesitan muchas más semanas para poder recorrerla en su totalidad.

Por suerte hoy ya no sólo sueño con Colombia sino con Medellín, con Bogotá, Cali, Bucaramanga, Manizales, San Agustín y cualquier otro rincón de aquel inolvidable país que me hizo disfrutar tanto de tener la posibilidad de viajar. ¡Hasta la próxima aventura que seguro está a la vuelta de la esquina, después de todo sólo somos Giramundos y está escrito en nuestro destino seguir viajando!

Caribe Colombiano, en lo más alto de Sudamérica (1era parte)


Hace unos años cuando comencé a conocer este continente tan increíble en el que me tocó nacer, empecé a vislumbrar mi primer gran objetivo como mochilero: Colombia.

En las sucesivas aventuras por Bolivia, Chile, Perú y Ecuador (ver post anterior) conocí a miles de viajeros, mochileros, artesanos, aventureros o simplemente personas que buscaban su lugar o algo tal vez mucho más complejo, algo que no es fácil de entender a menos que estés en la piel de quien te lo manifiesta. Sin embargo, muchos de ellos tenían algo en común y era la misma respuesta a mi pregunta: “¿Hasta dónde pensás llegar?”, “Yo voy a subir hasta Colombia”. Lo cual comenzó a generarme una atracción hacia ese país y terminó por llevarme a conocer ese místico lugar.

Para muchos el país cafetero tiene una de las peores reputaciones del mundo. Es que cuenta con más de 50 años de una guerra civil entre la guerrilla (FARC), los paramilitares y el estado, ayudado por el gobierno de Estados Unidos; y además con el oscuro pasado del narcotráfico y del reinado de Pablo Escobar Gaviria, el narcotraficante más célebre de la historia que llegó a ser representante en el Congreso de la República.

El fantasma de Escobar aún sobrevuela a Colombia. Es que fue un hombre que para muchos podía transformarse en el salvador del país y que llevó a algunos de sus habitantes a adoptar la cultura de la violencia como una forma de vida. A esto último lo sostengo a partir de que en tan sólo 14 días pude ser testigo de algunos episodios que me llevaron a esta conclusión, a modo de ejemplo carteles en lugares públicos dónde establecen que queda prohibido el ingreso con armas de fuego y situaciones totalmente “extrañas”, que detallaré más adelante.

Pero más allá de todo esto, Colombia es una tierra repleta de alegría, color y calidez en su gente y fundamentalmente para con los argentinos. Pocas veces me he sentido tan bienvenido como lo que viví por aquellas latitudes, hasta me llevó a pensar que tal vez los colombianos y los argentinos no seamos tan diferentes después de todo, a pesar de la gran distancia que no separa.

Llegar a Cartagena, respirar Colombia
Así fue que después de una larga espera llegó el gran día, el momento en que me dirigiría al aeropuerto de la ciudad de Córdoba con destino a mis merecidas vacaciones. A través de una promoción de LAN conseguí un aéreo directo a Cartagena de Indias por unos 600 dólares. Sin embargo, por toda una serie de malos entendidos tuve que volar sólo. Esto se debió a que mis compañeros sacaron sus pasajes por Despegar.com (que desde este viaje dejaré de recomendar, ya que trajo más problemas que soluciones) y por falta de disponibilidad terminamos volando todos en vuelos diferentes.

Tras un retraso de 4 hs en la escala en el Jorge Chávez de Lima, arribé a Cartagena a la medianoche. Con sólo una idea aproximada de donde estaba parado, a lo que se sumaba  el calor infernal que se siente al momento en que se abre la puerta del avión, tomé un taxi por $12.000 colombianos (COP), unos 7 dólares, hasta el Makako Hostel adonde mis amigos me esperaban tomando la doceava cerveza en un balcón de madera del siglo XIX. Cabe aclarar que a partir de ese momento nunca tuve una real noción de cuanto estaba gastando ya que el cambio me pareció complicadísimo (1 U$S = 1700 COP - Ver conversor al pie del blog), sólo aprendí a determinar que era muy costoso y que no lo era.

Llegar a Cartagena de Indias de noche e ingresar a esa fortaleza amurallada no tiene comparación con nada. Sus estrechas calles adornadas por balcones y flores, iluminadas por farolas coloniales y música salsa de fondo te provoca una sensación de que estás en un lugar detenido en el tiempo.

Así fue que nos dirigimos a la plaza donde se ubica el emblema de la ciudad, la Torre del Reloj. Allí empezamos la recorrida nocturna por Colombia, con todo lo que eso implica y como buena primera noche, en un lugar que desconocés, salió todo fuera de lo esperado. Comenzamos por el famoso bar “Tu Candela”, uno de los lugares más turísticos que te puedas imaginar en donde podías encontrar desde una señora europea de 60 años con bermuda, a jóvenes mochileros con musculosa de surf y algún que otro señor entrado en años acompañado de una de sus “amantes locales”. Es que si hay algo que te sorprende en la noche de Cartagena es la cantidad de prostitución, oficial y no oficial, que hay en sus calles.

Al no encontrar lo que esperábamos nos cruzamos la calle hacia uno de los bares más típicos del lugar, “Donde Fidel”, allí la salsa que proviene del local se adueña de la plaza y de todos lo que transitan por la calle que no se resisten a bailar. Tras una par de cervezas decidimos continuar la recorrida ya que teníamos la esperanza de encontrar algo para hacer aquel domingo. Pero la noche no iba a dejar de sorprendernos, así fue que detrás de la plaza encontramos una fiesta repleta de gente bailando y emocionados nos dirigimos adentro. Pero había algo extraño en aquel lugar, tragos baratos, mucha gente y todo el mundo demasiado amigable con nosotros. Fue así que tras un par de minutos nos dimos cuenta adonde nos habíamos metido: estábamos en el bar de “Le Petit Hotel”, el hospedaje gay friendly por excelencia de Cartagena.

Entre risas salimos del lugar y un tarjetero colombiano nos dijo de un bar, con buena música, cerveza fría y repleto de mujeres (el discurso universal de cualquier tarjetero, ya sea en Argentina o en Indonesia). Ingenuamente lo seguimos y entramos a una salón con muy buena música, adonde todas esas premisas se cumplían. Pero una vez más dijimos “acá hay algo raro” y efectivamente no nos equivocamos, es que era uno de esos lugares donde el que quiere divertirse paga y muy caro (léase pagar por “amor”). No dejó de sorprenderme que la tarjeta que nos habían entregado tenía un cartel que prohibía ingresar al lugar con armas de fuego.  Ese fue el momento que dimos por terminada nuestra primera noche y decidimos que habíamos vivido suficientes emociones.


Más allá de esta primera gran aventura, la noche colombiana fue una de las pocas críticas hacia Colombia. Es que al estar pocos días en cada lugar, uno tiende a ir a los bares y discoteques más conocidos del lugar y no entra en las alternativas locales. Pero la noche colombiana por momentos era eso… eso que por lo general no le gusta a ningún mochilero. En primer lugar, bares totalmente turísitcos donde ocasionalmente entraba un guía de un “chiva rumbera”, que ingresaba con 50 turistas de todo tipo y edad. En segundo lugar, en la noche colombiana uno nunca termina de estar tranquilo ya que se ven muchos personajes de la oscuridad tales como dealers, prostitutas, policías corruptos entre otros protagonistas incómodos. Por último, los horarios de la noche son muy variables, en el norte todo terminaba a la 1 am., mientras que en Cartagena lo hacía en horarios mucho más tardíos. Tal vez fue algo ocasional, pero fue lo que me tocó experimentar durante este viaje.

Durante el día el calor en tierras colombianas es bastante complicado para quienes no estamos acostumbrados a temperaturas caribeñas, pero por suerte existen muchas playas en los alrededores que lejos están de aquellas que uno ve en postales del Caribe pero poseen aguas cálidas, están a minutos de distancia y seguro no te va a faltar nunca nada. Entre ellas se destacan Bocagrande, Castillo Grande y La Boquilla. Un dato a tener en cuenta son los vendedores ambulantes quienes “te atacan” literalmente, al punto tal que si te quedas dormido podés despertar con una señora masajeandote la espalda sin que vos lo pidieras. Sin embargo todas estas cosas son la que hacen a un viaje en su totalidad, por lo que les recomiendo que también disfruten de las anécdotas que de ahí se desprenden.

Islas del Rosario e Isla Barú
Ya durante el primer día en Colombia sabíamos que con el mar Caribe tan cerca no podíamos perder un día de playa y sol. Fue así que partimos rumbo a las conocidas aguas de Islas del Rosario e Isla Barú. Uno debe dirigirse hacia el muelle turístico, ubicado al final de la calle de la Torre del Reloj, y allí tomamos una lancha que durante 1 hr. navegaría mar adentro. Por 45.000 COP hicimos el recorrido a Isla del Rosario, con 1 hr. de snorkel por el increíble arrecife de coral repleto de peces tropicales (atención, que siempre vuelven a pedirte a dinero cuando llegas al lugar en concepto de “algo”) y a continuación volvimos a almorzar una plato de pescado con arroz, ensalada y patacones a Isla Barú.

Sin duda alguna Playa Blanca es una de las playas más paradisíacas de Colombia y tal vez de América Latina, es un lugar donde la arena blanca y el mar turquesa te obligan a hacer mas de una visita. A tal punto que al final del viaje regresamos a Cartagena para pasar los últimos días en Colombia en aquella maravillosa ciudad. Allí decidimos volver a visitar Isla Barú, pero ésta vez nos quedamos a dormir en el lugar. Para pasar la noche tenés tres opciones frente al mar: en hamaca con red mosquitera, en carpa o por algunos pesos más en unos bungalows de madera.

Nuestro grupo optó por la opción de la carpa ubicada frente al mar y bajo una especie de techo de hojas de palmera que amortiguaría la lluvia en caso de ocurrir por 20.000 COP. Para ser sinceros es el sueño de cualquiera dormir frente al mar en una playa paradisíaca donde ni siquiera hay energía eléctrica, pero la falta de baños, a excepción del mar, y de otras comodidades básicas te llevan acortar tu estadía en esas condiciones. Es importante llevar linterna, ya que a excepción de los restaurantes al final de la playa que se encuentran iluminados por velas, después del atardecer ya no puede verse nada. En estos bares se puede comer por un precio bastante razonable (15.000 COP), por lo que no es necesario aprovisionarse con latas de conserva si solo vas a quedarte una o dos noches. Disfrutar de una atardecer en Isla Barú y caminar por sus playas iluminadas por la luna y las estrellas es una experiencia que nadie que viaje por aquellas latitudes puede dejar de vivir, así como tampoco levantarse por la mañana cuando sale el sol y pegarse un chapuzón en esas aguas celestes disponibles sólo par vos.

Al otro día nos tocaba retornar al continente a las 3 pm, que es el horario estimado en que salen las lanchas de regreso. Como solía pasar en Colombia, la lancha que nos llevó el día anterior nunca volvió al día siguiente, por lo que tuvimos que negociar con otro capitán nuestro regreso por otros 15.000 COP más. La vuelta a través del mar suele ser bastante movida, sobre todo si el capitán que te toca es un  absoluto irresponsable que no regula los dos motores de 200 HP cuando encara olas de 4 metros, así que como consejo traten de buscar las embarcaciones más grandes y evitar las más pequeñas y rústicas. Además, si pueden, siéntense de la mitad de la embarcación hacia atrás para evitar malos ratos.