Infinidad de kilómetros recorridos a través de varias fronteras, miles de paisajes, nuevos amigos y anécdotas al por mayor fueron algunas de las cosas que marcaron mi primer gran aventura como mochilero y que cambiarían mi vida para siempre.
Todo comenzó en 2004, un año después de mi regreso a Argentina luego de vivir en Nueva Zelanda. Estaba trabajando en un call center, empezando la Universidad y todo esa rutina me llevó a darme cuenta de que necesitaba vivir una experiencia diferente.
Junto a un amigo tomé la decisión de emprender un gran desafío con sólo 18 años: Llegar hasta Ecuador en bus. Para lograrlo había que recorrer más de 5000 km a bordo de colectivos no muy cómodos, por caminos inhóspitos y lugares desconocidos, sin contar con experiencia previa en este tipo de viajes. Así fue que con solamente una mochila y un pasaje desde Córdoba, Argentina hasta Santiago de Chile se inició este periplo.
Cruzar la cordillera
Uno de los hitos de arribar a tierras chilenas es el Paso de los Andes, un camino fantástico que atraviesa la cadena montañosa más imponente que pude conocer y que te hace sentir diminuto. Una vez atravesada la frontera, arribamos a Chile pasando por el camino de Los Caracoles, caudalosos ríos de deshielo y con la mira puesta en nuestro primer destino, Santiago de Chile.
La capital nacional es un lugar agradable, ordenado y limpio, algo que se repite a lo largo de todo el territorio. En Santiago sólo estuvimos algunas horas, pero pudimos recorrer sus peatonales, la Casa de la Moneda, sede del gobierno nacional y alguno de los majestuosos centros comerciales en el centro de la ciudad.
Sin dormir partimos rumbo a La Serena, un afamado lugar de vacaciones para los chilenos que realmente nos sorprendió por su grado de desarrollo. Arribamos a destino y nos dirigimos con nuestras mochilas hacia la playa para disfrutar del Océano Pacífico.
Debo advertir a los viajeros que decidan visitar este destino con una mochila al hombro sobre la hostilidad de los “carabineros”, Policía Nacional de Chile. Me refiero a que si ven a un grupo de jóvenes de 20 años con mochilas en una playa, por más de que sean las 2 pm, se van a acercar a averiguar cuál es tu intención y porque razón nos dejaste tu mochila en un gran hotel (otro signo de intolerancia de una de las fuerzas con peor reputación en América Latina, al menos desde mi punto de vista). Tras el desagradable incidente volvimos hacia la terminal de buses donde, entre debates definimos nuestro próximo destino. Fue así que considerando que nuestro objetivo era Ecuador necesitábamos poner las manos sobre las riendas y recorrer una buena cantidad de kilómetros.
El resultado, la fronteriza ciudad de Arica. Más de 26 hs. en bus, pasando por la emblemática ciudad de Antofagasta, el imponente Desierto de Atacama con sus pueblos fantasmas resultado de la explotación minera para llegar a una tranquilísima ciudad fronteriza. Lejos de respirarse ese clima de comercio fenicio que uno siente en las fronteras de la región, Arica se asemeja mucho más a un destino exclusivo de vacaciones, con amplias playas de cálidas aguas, paradores y discotecas.
Perú, la tierra de los Incas
Todo lo contrario ocurrió al otro lado de la frontera, donde Perú nos recibió con un fuerte shock cultural, algo similar a lo que describe Manu Chao en “Bienvenida a Tijuana”. Particularmente debido al clima de ilegalidad y crimen organizado que se respira al bajarse en la fronteriza ciudad.
Tras entrar en tierra de los Incas comenzamos a sentir eso que habíamos venido a buscar, una sensación de transitar por una cultura totalmente diferente: la del altiplano. Todos los peruanos descendientes de los pueblos originarios son personas muy agradables, extremadamente educadas y que están orgullosos de su identidad, que defienden su cultura y sus tradiciones. Esto se puede apreciar en sus vestimentas, sus comidas típicas y los diálogos en un dialétco que automáticamente deja afuera a los extraños que transitamos estas tierras. Tras muchas horas de viajar en uno de los buses más baratos que conseguimos arribamos a Arequipa (*lo barato sale caro, el viaje duro casi el doble de los estipulado, viajando de manera muy incómoda y siendo demorados por la policía de frontera en varias ocasiones). Arequipa es una ciudad colonial enclavada en la zona montañosa de Perú, paso obligado para todos aquellos viajeros con rumbo a la ciudad de Cuzco. Sus calles de empedrado, sus plazas de estilo colonial te hacen sentir como si viajarás en el tiempo. Tras disfrutar de unas buenas cervezas “Arequipeñas” en un bar frente a la plaza central, recorrimos la zona de la plaza de armas de noche que se presenta a los peatones totalmente iluminada. Lejos de ser peligrosa, recomendamos a los turistas no deambular de noche con cámaras de fotos ni objetos de valor ya que, cómo muchos saben, la ciudades latinoamericanas siempre implican un grado de riesgo para quienes son ajenos al lugar.
Siguiendo rumbo al norte y tras unas cuantas horas sobre la carretera llegamos a uno de los lugares más anhelados: la ciudad de Lima, capital peruana, marcaría la mitad del viaje en kilómetros. Esto nos hacía sentir cada vez más cerca de nuestro objetivo, el pequeño pueblo costero de Montañita en Ecuador. Lima es una de las ciudades más grandes del continente, y unos de los máximos iconos de la “costa” en el peruana. La misma alberga el gran puerto de El Callao, un centro histórico con una plaza de armas formidable, el moderno barrio de Miraflores con sus centros comerciales y edificios modernos y el pintoresco barrio de Barranco, que se transformaría en una especie de segundo hogar durante mi viaje.
Barranco es un lugar realmente maravilloso, una zona totalmente tranquila llena de restaurantes, bares y tranquilidad como para deambular a cualquier hora del día. Además, se encuentra a solo metros de la playa limeña. Arribamos totalmente desprovistos de información en cuanto a alojamiento y precios, por esta razón (por novatos) terminamos durmiendo en un especie de hotel alojamiento, más diseñado para estadías por hora que para mochileros. Por la noche contaba con una sinfonía de puertas que se abrían y cerraban, parejas cariñosas que manifestaban sus sentimientos de manera muy abierta, en fin una muy mala decisión. A esto hubo que sumarle que en mi primera noche en Lima, salimos a conocer la zona y en una escalera totalmente inundada sufrí un esguince que me dejo el tobillo como el de Diego Maradona en el Mundial 90.
Tras la nefasta primera noche nos levantamos y dijimos: "hay que salir de acá". En primer lugar fuimos hasta un dispensario de salud donde un traumatólogo vio la lesión, me recetó antiinflamatorios, vendaje y pomada por la modifica suma de 10 soles. Mientras tanto buscábamos un nuevo alojamiento porque de lo contrario íbamos a abandonar la “engualichada” ciudad de Lima. Pero como dice el refrán “No hay mal que por bien no venga” y dimos con uno de los mejores hostels en los que me he quedado en mi vida: “The Point Lima”.
Un recinto pensadoen cada detalle para que tu estadía como viajero sea una maravilla, con muy buena predisposición de todos los que trabajan allí, excelentes amigos de todo el mundo que descansan del ruido y locura de la gran ciudad en un patio lleno de hamacas, buena música y una atmósfera ideal. Además, podías tomar prestadas tablas de surf, los que nos llevó a intentar tener nuestra primera experiencia con las olas locales durante la tarde. Por la noche, nuevos amigos arribaron a The Point y la previa a una salida nocturna se iba gestando. Tras unas buenas cervezas partimos a pie a recorrer la noche local y terminamos en el conocido disco “El Dragón”.
Tras tres noches en lugar seguimos nuestro destino hacia el norte y en la terminal de Lima definimos nuestro rumbo hacia la ciudad de Chiclayo. Poco sabíamos de este lugar, salvo que había sido sede de los partidos de la Selección Argentina en la Copa América 2004. Arribamos al lugar y la ciudad estaba convulsionada, un conflicto salarial de trabajadores había llevado a lagente a tomar las calles. Para variar no teníamos idea de dónde íbamos alojarnos, por suerte la
llegada de la guardia de infantería nos ayudó a decidirnos rápidamente por el primer alojamiento que vimos frente a la plaza. Para serles sincero, la ciudad de Chiclayo no me pareció de lo más recomendable para una parada en este viaje. Sólo me gustaría destacar la playa de Pimentel, a pocos kilómetros del lugar. Un área costera de pescadores, con restaurants de mariscos, balsas de totora y embarcaciones que decoran el paisaje, y un enorme muelle que se perdía en el mar, adonde los locales extraen las exquisiteces que se albergan debajo del agua.
Definitivamente la ansiedad de llegar a nuestro objetivo, Montañita en Ecuador, nos llevó a que nuestro próximo trayecto fuera de un largo tirón. Decidimos evitar Máncora, una de las playas más bonitas de Perú, para directamente llegar a la frontera con Ecuador. Desde Chiclayo conseguimos un bus a Piura, desde donde hicimos trasbordo hasta llegar a la fronteriza Tumbes a la 1 am. Respecto de este tema les recomiendo que nunca lleguen a una frontera terrestre por la
noche, mucho menos a una con la mala fama de Tumbes. Por suerte conseguimos un taxi, con un conductor cuya actitud era similar a un miembro del Cartel de Juárez, que nos llevó al CIFA Internacional un transporte que por suerte cruzaba la frontera hasta Ecuador y contaba con el soporte de una seguridad privado armado que te palpaba antes de subir (tenebroso para una primera experiencia de mochilero, pero que con los años una se acostumbra). Pero finalmente, sellamos nuestros pasaportes y ya estábamos en el país que divide al mundo en dos hemisferios.
Ecuador, un lugar para conocer antes de morir
Luego de varios días desde que habíamos dejado Córdoba, de dormir poco, viajar mucho y superar varios escollos llegamos a Ecuador, una tierra en donde ya se comienza a respirar un clima más tropical, no sólo por la temperatura sino por su gente y su música. En la zona de las plantaciones de plátanos, los trabajadores subían rumbo a las principales ciudades tras semanas de trabajo y el chofer acompañaba esta alegría con música alegre como “Mesa que más aplauda”, donde todos coreaban y bailaban a bordo.
Guayaquil, famosa por sus altas temperaturas y el peligro de sus calles, nos recibió en una enorme terminal terrestre bastante precaria y caótica – por suerte luego de 6 años volví visitarla y hoy es una moderna estación, similar a un aeropuerto – donde sacamos nuestra ticket rumbo a la playa.
En la famosa Ruta del Sol, nuestro bus se detuvo a la altura de Santa Helena y desde ahí viajamos algunos kilómetros en la cómoda caja de una camioneta Ford. Apenas llegamos a Montañita, nos dimos cuenta de que en ese lugar todo iba a ser diferente. Caminar por sus calles repletas de artesanos, con aquel atrapasueños gigante que cruzaba de punta a punta la calle principal, y ver a toda esa gente en los bares del centro del pueblo tomando una cerveza Pilsener y saludando a cada uno de los que recién llegábamos, fue una bienvenida más que satisfactoria. (Click aquí para ver la nota “La experiencia de pasar por Montañita”).
Doce días más tarde, tras haber experimentado todo lo que significa Montañita con su gente, playas, atardeceres, fiestas, fogones y el surfing, decidimos abandonar este mágico lugar para alejarnos con sólo una imagen mágica que permanecerá intacta en nuestras retinas por el resto de nuestras vidas.
El próximo destino el pueblo costero de Canoa, adonde viajamos con Pepe de Perú y Daniela de Argentina amigos que habíamos conocido en el hostel de Montañita. Canoa al otro se ubica al otro lado de la bahía Caraquéz, una pequeña comunidad costera en donde la pesca es su principal
actividad y estaba en plena desarrollo de su actividad turística. Tan sólo una noche pasamos en este lugar pero pudimos disfrutar de su playa y de sus tranquilas calles. Canoa marcaría un punto de inflexión en esta aventura, mi compañero de viaje Ezequiel decidió seguir su camino rumbo a Mompiche a donde lo esperaban otros amigos cordobeses, mientras que yo opté por dirigirme hacia la sierra ecuatoriana ya que sólo me quedaban pocas semanas de viaje e iba a ser un largo camino a casa en bus.
Junto con Dani nos dirigimos hacia la capital nacional, Quito, una ciudad que es patrimonio de la humanidad y una de las más antiguas de toda la región. Así fue que, en medio de la noche arribamos a este maravilloso lugar y tomamos un taxi rumbo a la zona de “Mariscal Sucre”, un barrio tranquilo en la ciudad nueva repleto de bares y alojamientos para pasar una tranquila
estadía en una gran ciudad. Para serle sinceros Quito tiene todo lo que cualquier visitante está buscando: cultura, gastronomía, aventura, diversión, noche, pero es importante si algún local te acompaña ya que no es uno de los lugares más seguros. Cosas que no podés dejar de ver son la ciudad vieja, adonde podés encontrar todos los edificios coloniales, la plaza de arma, la sede del gobierno nacional, iglesias y todo en perfecto estado, lo que te lleva a viajar en el tiempo a cientos de años atrás. Quito se caracteriza por sus bajas temperaturas y lloviznas por lo que es recomendable que llevés a abrigo o compres alguno en caso de que lo visites. Otra buena alternativa es sentarte en alguno de los pequeños bares de la plaza de armas a tomar un “Canelazo”, uno de los tragos típicos del lugar que te aseguro levantará la temperatura de tu cuerpo.
El impactante monumento de La Virgen de Quito, ubicada en el Panecillo en lo más alto de la ciudad, fue otra de las cosas que me marcó en mi viaje, haber tenido la posibilidad de visitarla en una noche lluviosa, toda iluminada y ver la panorámica de la ciudad me hizo sentir en la cima de todo. Si recomiendo que vayan en algún vehículo y no caminando. Si llegan a ir de noche sólo
háganlo acompañados de una ecuatoriano, ya que la zona es bastante peligrosa según nos comentaron.
Una parada obligada es la visita a la Mitad del Mundo. Puede sonar muy turísitico y trillado, ya que simplemente vas a visitar un gran monumento repleto de locales de souvenirs, pero que está atravesado por una extensa línea que marca el punto en que los científicos situaron la línea del ecuador que divide al mundo en dos mitades. Personalmente lo tomé como una meta, era mi primer viaje como mochilero y considerando que vivo en Argentina, uno de los países más australes del planeta, es toda una sensación de victoria haber llegado por mis propios medios y a los 18 años de edad hasta la mitad del globo, es un deseo y un objetivo (creo que el de muchos) llegar a conocer cada lugar de este maravilloso lugar donde vivimos, repleto de secretos, maravillas e historias.
Tras unos días Dani siguió rumbo a Colombia y yo tenia que empezar a bajar hacia Argentina. Por suerte me encontré con otro amigo de Montañita en el hostel de Quito, Johaness de Alemania, con el que viajamos hacia Baños de Ambato.
Baños es un lugar rodeado de naturaleza y enclavado en la sierra, cerca del volcán Cotopaxi. Se caracteriza por sus aguas termales, de acceso público, y por un impresionante recorrido lleno de cascadas, que podés hacer rentando un bici por el día en el pueblo. Baños es también un destino clave
para todos los viajeros, por lo que te volvés a encontrar con amigos de todo el mundo y por supuesto cuenta con una amigable vida nocturna.
Sin dudas un lugar para visitar en la sierra ecuatoriana. De allí, nos dirigimos con hacia la ciudad de Cuenca, muy similar a Quito pero con una tranquilidad que la distingue sobre el resto de los lugares. Ciudad que tuve la oportunidad de visitar nuevamente al huir del Tsunami, tras la alerta recibida en 2011. Cuenca marcó otro momento importante, ya desde allí comencé a viajar totalmente sólo una experiencia fuerte, por momentos agradable y por otros demasiado solitaria.
Un largo camino a casa
Comencé a bajar hacia Perú, y decidí que no quería dejar de conocer el famoso spot de viajeros al norte de ese país: Máncora. Este lugar es realmente muy atractivo, pero les recomiendo a quienes viajen que pasen primero por aquí antes de ir a Montañita ya que sin pretenderlo, uno entra en comparaciones odiosas. Lamentablemente volví a cometer el error de principiante o de apurado, de arribar a un pequeño pueblo a las 2am y para colmo en pleno carnaval. El resultado,
todos los alojamientos totalmente colmados, las gente estaba en una juerga descontrolada y yo sólo quería posar la cabeza sobre una almohada. Así fue partí hacia la playa en medio de la noche con mi mochila al hombro, en busca de algún lugar tranquilo donde poder pasar la noche a la intemperie. Tras un intento fallido donde interrumpí a una pareja de amantes de la cual no me percate, decidí alejarme aún más del pueblo hacia donde había un fogón y una pequeña carpa. Cuando me arrime a este humilde alojamiento un hombre de 1, 85 con collares de madera y de rasgos incaicos salió de su interior empuñando un poco amistoso machete. Son esos pocos momentos en que pensás: “¿Es así como quiero morir, a machetazos en un playa de Perú?”. Se dirigió hacia mi y con una voz gruesa me dijo: “Vos sos un fantasma”, “vos venis a robar”. Resultó ser que esta persona era un Chamán que estaba en la carpa con 3 jóvenes que estaban en pleno viaje con cactus de San Pedro, una bebida alucinógeno típica la región y su función era cuidarlos durante la travesía. Simplemente le expliqué que no tenía adonde ir y pregunté si podía quedarme al lado del fuego, a lo que me contesto que sí y me recomendó “enroscarme como una víbora” para no pasar frío.
Al otro día los jóvenes salieron en un estado semi presencial todavía en una especie de viaje psíquico, pero se mostraron muy amistosos. Más tarde conseguí alojamiento en una pensión, descanse unas horas y volví a la playa donde almorcé un ceviche con jugo frente al mar. Tras un día bastante solitario, al caer la noche compré una botella de ron y fui hacia la playa para hacer amigos. Por suerte conocí a unos surfers locales con los que nos dirigimos a un bar y fuimos rumbo a un baile de cumbia local. Atrás quedó Máncora y regrese a The Point en Lima donde ya conocía a muchos de los que allí moraban, por lo que me tome unos días para descansar, salir de noche y juntar fuerzas para el largo tramo que faltaba.
Rumbo a Argentina llegue a Arica y tomé por segunda vez en el mismo viaje la mala decisión de volver a dormir en la playa con todas mis pertenencias (quiero aclarar que aprendí de esto y nunca más en mi vida volveré a arriesgarme de esa manera estando solo). Nuevamente sólo me encontré con parejas amorosas en medio de mi soledad ya que era 14 de febrero, mundialmente conocido como San Valentín. Unos amistosos chilenos intentaron robarme pero a fuerza de una actitud firme y un buen manejo de palabras, logré escapar de la situación.
Al otro día partí rumbo hacia Santiago de Chile, y tras más de 30 hs. de bus sumado a ver la película “Mi novia Polly” por 12va vez en el mismo viaje llegue a la capital chilena con un solo objetivo: Llegar a casa!!!. Directamente conseguí otro bus hacia Mendoza y en 8 hs. llegue a mi ciudad natal cuyana donde fui a disfrutar de una buena parrillada con mi viejo. Dos días después llegue a mi querido hogar, con una experiencia en los hombros que probablemente haya cambiado mi vida y listo para seguir con la rutina de todos los días (o tal vez no tanto).
Para cerrar esta nota quiero dejarles una humilde reflexión, ya que viajar es una de las cosas más lindas que tuve la oportunidad de descubrir. Personalmente considero que más allá de una carrera universitaria, de una buena educación familiar y un buen trabajo, experimentar situaciones fuera de lo cotidiano, alejado de tus seres queridos te ayuda a aprender a cómo manejarte en la vida. Superar adversidades, tomar decisiones y llevar adelante una economía limitada por momentos sin dudas te permitan valorar cada una de las cosas que tenés en casa: Tu familia, tus amigos, tu hogar. Ojalá todos puedan un día vivir una experiencia cómo las que he vivido, ya sea de mochilero, de turista, de intercambio o por trabajo. ¡Jamás dejen pasar la oportunidad, la vida es un sola y les garantizó que no hay forma de arrepentirse de estas decisiones!