Taganga y Parque
Tayrona
Tras unos intensos tres días en Cartagena y sus alrededores
llegaba la hora de emprender el viaje hacia el norte de la región, con destino
a Taganga. Ubicado a 5 km de la ciudad de Santa Marta, este pequeño pueblo de
pescadores es uno de los lugares más nombrados en las guías de viajero y uno de
los puntos de encuentro para los mochileros que recorren el país. Partimos
desde la terminal terrestre a las afueras de Cartagena en un bus de línea,
pagando 25.000 COP el boleto, viajando en un bus muy cómodo y con aire
acondicionado. Pero como no podía ser de otra manera estalló un neumático tras
apenas una hora de viaje, dañándose por completo la llanta y dando por
terminado el trayecto. Fue así que tuvimos que esperar bajo el sol de la
carretera a que otro bus arribará y nos hiciera un lugar de parados en su
cómodo pasillo, arribando a Santa Marta 3 horas después durante el atardecer.
Desde el lugar tomamos un Taxi (si es que así podía llamarse
a aquel medio de transporte: un Dacia soviético, versión utilitario con doble
cabina y una caja de carga, adonde fueron a parar nuestra mochilas), que empezó
a imponerse en el embotellado tránsito hasta comenzar a remontar por la ruta
que subía por el oscuro morro que separa a la ciudad del pueblo de Taganga.
Afortunadamente y más allá de las llamadas telefónicas que entre murmullos
hacia el taxista mientras conducía, arribamos sanos y salvos al hostel LaTortuga. Salimos de recorrer la calle principal del lugar y tras comer unos
ricos calamares fritos volvimos a descansar para aprovechar al máximo la playa
del lugar.
Temprano en la mañana partimos hacia Playa Grande, ubicada a
una media hora de caminata por sobre una montaña o solo algunos minutos tomando
una lancha desde Taganga, con el objetivo de disfrutar del sol del Caribe. Les
advierto a todos los turistas que hagan el primero de los caminos que durante
el trayecto serán demorados por agentes de la Policía Nacional que van a pedirles que le “regalen una
requisita” de todas sus pertenencias: bolsos, billeteras, bolsillos, etc.
Durante este viaje fue la primera vez que como extranjero me
sentí tan atosigado por la fuerza pública, ya que esta efectuaba controles
permanentes sin ningún motivo y preguntas innecesarias obligándote a perder el
tiempo sabiendo que, al fin y al cabo, solo estás conociendo y gastando en su país.
Sinceramente la única razón de estos procedimientos es encontrar drogas o alcohol
para decomisarlo y posteriormente pedir amablemente un soborno para poder librarse
de la situación. La Policía colombiana es muy corrupta, pero sin embargo no hay
que subestimarla. Les recomiendo a los viajeros no cometer ningún tipo de
ilícito durante el viaje, ya que muchos turistas han pasado por un mal
momento por querer escapar de estos
aprietos y jamás olviden que no están en su país, somos nosotros los que
debemos adaptarnos y no ellos a nosotros.
Algunas de las fiestas más conocidas son la de la disco “Sensation”
y la fiesta de los sábados en “El Mirador”, un hotel enclavado en la montaña
frente al mar. Pero como les decía más arriba, en el mejor momento de la noche
cuando todo el mundo bailaba desenfrenadamente al ritmo de David Guetta la
fiesta se termina y todos los asistentes comienzan a vagar por las calles del
pueblo, tomando alguna cerveza, aguardiente o ron. Las calles del pueblo son muy oscuras y si uno
no conoce a nadie del lugar puede encontrarse expuesto a riesgos, tal como el
que tuvimos vivir en persona cuando un grupo de jóvenes en bicicleta nos
escolto por varias cuadras con un gran cuchillo en la mano. Por suerte nada
paso y hoy puedo escribir este post.

Más allá de estas adversidades decidimos pasar 3 días en
Taganga, fue bueno poder estar tranquilos y descansar un poco. A pesar de que
muchos de los mochileros con los que conversamos llamaban al lugar “Caganga”
por la decepción que se llevaron. Para mí es un agradable lugar para pasar unos
días de tranquilidad, no de fiesta, antes de partir hacia el Parque Nacional
Tayrona.
Tras el fin de semana partimos al Parque Tayrona, una de las
reservas naturales más importante de Colombia. Compramos algunas provisiones
como agua, pan, latas de atún y una botella de ron para poder pasar las noches
en aquel lugar, donde la infraestructura no está muy desarrollada. Tomamos una
pequeña buseta por 1500 COP hasta Santa Marta y desde allí una más grande por
5000 hasta el Tayrona. Tras 1 hora de viaje arribamos al ingreso del parque
donde hay que pagar una entrada de 35000 COP por ser extranjeros (los
estudiantes pagan un precio mucho menor si presentan carnet ISIC). Una vez
pasada la barrera del parque hay que pagar otros 2000 COP para subir a un bus
que te lleve al comienzo del sendero. Por lo que como verán en Colombia nunca
terminas de pagar siempre falta algún billete más para llegar a destino.

Partimos a recorrer las playas del lugar y disfrutar de su
belleza. Lamentablemente los dos días que estuvimos en el lugar el sol no
abandonó, por lo que la temperatura del agua era bastante fría. Muy cerca del
cabo se encuentra la Playa Nudista, extensa y llena de vegetación pero que de nudista no
tenía nada, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría éramos argentinos y no
es habitual que nos desnudemos en lugares públicos.
Al atardecer regresamos al Cabo y conocimos a unas amigas de
argentina con quienes tomamos algunas cervezas frente al mar. Como no hay
energía eléctrica en el lugar es fundamental llevar una linterna porque no se
ve absolutamente nada. En el camping hay un restaurante con precios bastantes
razonables, por lo que si no estás muy ajustado con el dinero no hace falta que
lleves latas de comida. Tras conversar, tomar algunas cervezas y tocar la
guitarra los visitantes se van a descansar temprano como a las 10 pm.
Tras una noche de mucho frío, muchos mosquitos y mucha
incomodidad en las hamacas optamos por regresar a buscar nuestras mochilas a
Taganga, que habíamos dejado en el locker del hostel para viajar liviano al
parque con una pequeña muda de ropa. Desde allí, conseguimos un servicio de
transporte puerta a puerta, Marsol, para regresar a Cartagena a disfrutar de
los últimos días de nuestra aventura y poder pasar la noche en Isla Barú, la
mejor playa que conocimos en Colombia.
Ya cerrando el viaje aprovechamos para recorrer algunos
rincones de la ciudad antigua que nos habían quedado pendientes como el
Castillo de San Felipe, la casa del escritor Gabriel García Márquez, el
monumento a la India Catalina y el barrio de Gestemaní.
Me gustaría cerrar este post con algunas reflexiones sobre
este viaje. Es increíble tener la posibilidad de viajar a destinos con los que
siempre soñaste y así como lo dice la canción “Soñé, Soñé Colombia”, conocer el
país cafetero era uno de mis anhelos más grandes. Significó llegar a los más
alto del continente, a un país que desde pequeño siempre llamó mi atención, ya
sea por su fútbol, por su música o por sus conflictos socio-políticos. Tener la
posibilidad de descubrir la alegría de su gente, la amabilidad con la que
fuimos recibidos en general, empezar a entender de a poco la cultura del lugar
es algo que no tiene precio. Consideró que cuando viajas a un país y sólo
pensás en tener la posibilidad de volver
a visitarlo, la elección de tu destino fue todo un éxito. Es que Colombia es
enorme y rica, por lo que se necesitan muchas más semanas para poder recorrerla
en su totalidad.
Por suerte hoy ya no sólo sueño con Colombia sino con
Medellín, con Bogotá, Cali, Bucaramanga, Manizales, San Agustín y cualquier
otro rincón de aquel inolvidable país que me hizo disfrutar tanto de tener la
posibilidad de viajar. ¡Hasta la próxima aventura que seguro está a la vuelta
de la esquina, después de todo sólo somos Giramundos y está escrito en nuestro
destino seguir viajando!