Hace unos años cuando comencé a conocer este continente tan increíble en el que me tocó nacer, empecé a vislumbrar mi primer gran objetivo como mochilero: Colombia.
En las sucesivas aventuras por Bolivia, Chile, Perú y Ecuador (ver post anterior) conocí a miles de viajeros, mochileros, artesanos, aventureros o simplemente personas que buscaban su lugar o algo tal vez mucho más complejo, algo que no es fácil de entender a menos que estés en la piel de quien te lo manifiesta. Sin embargo, muchos de ellos tenían algo en común y era la misma respuesta a mi pregunta: “¿Hasta dónde pensás llegar?”, “Yo voy a subir hasta Colombia”. Lo cual comenzó a generarme una atracción hacia ese país y terminó por llevarme a conocer ese místico lugar.
Para muchos el país cafetero tiene una de las peores reputaciones del mundo. Es que cuenta con más de 50 años de una guerra civil entre la guerrilla (FARC), los paramilitares y el estado, ayudado por el gobierno de Estados Unidos; y además con el oscuro pasado del narcotráfico y del reinado de Pablo Escobar Gaviria, el narcotraficante más célebre de la historia que llegó a ser representante en el Congreso de la República.
El fantasma de Escobar aún sobrevuela a Colombia. Es que fue un hombre que para muchos podía transformarse en el salvador del país y que llevó a algunos de sus habitantes a adoptar la cultura de la violencia como una forma de vida. A esto último lo sostengo a partir de que en tan sólo 14 días pude ser testigo de algunos episodios que me llevaron a esta conclusión, a modo de ejemplo carteles en lugares públicos dónde establecen que queda prohibido el ingreso con armas de fuego y situaciones totalmente “extrañas”, que detallaré más adelante.
Pero más allá de todo esto, Colombia es una tierra repleta de alegría, color y calidez en su gente y fundamentalmente para con los argentinos. Pocas veces me he sentido tan bienvenido como lo que viví por aquellas latitudes, hasta me llevó a pensar que tal vez los colombianos y los argentinos no seamos tan diferentes después de todo, a pesar de la gran distancia que no separa.
Llegar a Cartagena, respirar Colombia
Así fue que después de una larga espera llegó el gran día, el momento en que me dirigiría al aeropuerto de la ciudad de Córdoba con destino a mis merecidas vacaciones. A través de una promoción de LAN conseguí un aéreo directo a Cartagena de Indias por unos 600 dólares. Sin embargo, por toda una serie de malos entendidos tuve que volar sólo. Esto se debió a que mis compañeros sacaron sus pasajes por Despegar.com (que desde este viaje dejaré de recomendar, ya que trajo más problemas que soluciones) y por falta de disponibilidad terminamos volando todos en vuelos diferentes.
Tras un retraso de 4 hs en la escala en el Jorge Chávez de Lima, arribé a Cartagena a la medianoche. Con sólo una idea aproximada de donde estaba parado, a lo que se sumaba el calor infernal que se siente al momento en que se abre la puerta del avión, tomé un taxi por $12.000 colombianos (COP), unos 7 dólares, hasta el Makako Hostel adonde mis amigos me esperaban tomando la doceava cerveza en un balcón de madera del siglo XIX. Cabe aclarar que a partir de ese momento nunca tuve una real noción de cuanto estaba gastando ya que el cambio me pareció complicadísimo (1 U$S = 1700 COP - Ver conversor al pie del blog), sólo aprendí a determinar que era muy costoso y que no lo era.
Llegar a Cartagena de Indias de noche e ingresar a esa fortaleza amurallada no tiene comparación con nada. Sus estrechas calles adornadas por balcones y flores, iluminadas por farolas coloniales y música salsa de fondo te provoca una sensación de que estás en un lugar detenido en el tiempo.
Así fue que nos dirigimos a la plaza donde se ubica el emblema de la ciudad, la Torre del Reloj. Allí empezamos la recorrida nocturna por Colombia, con todo lo que eso implica y como buena primera noche, en un lugar que desconocés, salió todo fuera de lo esperado. Comenzamos por el famoso bar “Tu Candela”, uno de los lugares más turísticos que te puedas imaginar en donde podías encontrar desde una señora europea de 60 años con bermuda, a jóvenes mochileros con musculosa de surf y algún que otro señor entrado en años acompañado de una de sus “amantes locales”. Es que si hay algo que te sorprende en la noche de Cartagena es la cantidad de prostitución, oficial y no oficial, que hay en sus calles.
Al no encontrar lo que esperábamos nos cruzamos la calle hacia uno de los bares más típicos del lugar, “Donde Fidel”, allí la salsa que proviene del local se adueña de la plaza y de todos lo que transitan por la calle que no se resisten a bailar. Tras una par de cervezas decidimos continuar la recorrida ya que teníamos la esperanza de encontrar algo para hacer aquel domingo. Pero la noche no iba a dejar de sorprendernos, así fue que detrás de la plaza encontramos una fiesta repleta de gente bailando y emocionados nos dirigimos adentro. Pero había algo extraño en aquel lugar, tragos baratos, mucha gente y todo el mundo demasiado amigable con nosotros. Fue así que tras un par de minutos nos dimos cuenta adonde nos habíamos metido: estábamos en el bar de “Le Petit Hotel”, el hospedaje gay friendly por excelencia de Cartagena.
Entre risas salimos del lugar y un tarjetero colombiano nos dijo de un bar, con buena música, cerveza fría y repleto de mujeres (el discurso universal de cualquier tarjetero, ya sea en Argentina o en Indonesia). Ingenuamente lo seguimos y entramos a una salón con muy buena música, adonde todas esas premisas se cumplían. Pero una vez más dijimos “acá hay algo raro” y efectivamente no nos equivocamos, es que era uno de esos lugares donde el que quiere divertirse paga y muy caro (léase pagar por “amor”). No dejó de sorprenderme que la tarjeta que nos habían entregado tenía un cartel que prohibía ingresar al lugar con armas de fuego. Ese fue el momento que dimos por terminada nuestra primera noche y decidimos que habíamos vivido suficientes emociones.
Más allá de esta primera gran aventura, la noche colombiana fue una de las pocas críticas hacia Colombia. Es que al estar pocos días en cada lugar, uno tiende a ir a los bares y discoteques más conocidos del lugar y no entra en las alternativas locales. Pero la noche colombiana por momentos era eso… eso que por lo general no le gusta a ningún mochilero. En primer lugar, bares totalmente turísitcos donde ocasionalmente entraba un guía de un “chiva rumbera”, que ingresaba con 50 turistas de todo tipo y edad. En segundo lugar, en la noche colombiana uno nunca termina de estar tranquilo ya que se ven muchos personajes de la oscuridad tales como dealers, prostitutas, policías corruptos entre otros protagonistas incómodos. Por último, los horarios de la noche son muy variables, en el norte todo terminaba a la 1 am., mientras que en Cartagena lo hacía en horarios mucho más tardíos. Tal vez fue algo ocasional, pero fue lo que me tocó experimentar durante este viaje.
Durante el día el calor en tierras colombianas es bastante complicado para quienes no estamos acostumbrados a temperaturas caribeñas, pero por suerte existen muchas playas en los alrededores que lejos están de aquellas que uno ve en postales del Caribe pero poseen aguas cálidas, están a minutos de distancia y seguro no te va a faltar nunca nada. Entre ellas se destacan Bocagrande, Castillo Grande y La Boquilla. Un dato a tener en cuenta son los vendedores ambulantes quienes “te atacan” literalmente, al punto tal que si te quedas dormido podés despertar con una señora masajeandote la espalda sin que vos lo pidieras. Sin embargo todas estas cosas son la que hacen a un viaje en su totalidad, por lo que les recomiendo que también disfruten de las anécdotas que de ahí se desprenden.
Islas del Rosario e Isla Barú
Ya durante el primer día en Colombia sabíamos que con el mar Caribe tan cerca no podíamos perder un día de playa y sol. Fue así que partimos rumbo a las conocidas aguas de Islas del Rosario e Isla Barú. Uno debe dirigirse hacia el muelle turístico, ubicado al final de la calle de la Torre del Reloj, y allí tomamos una lancha que durante 1 hr. navegaría mar adentro. Por 45.000 COP hicimos el recorrido a Isla del Rosario, con 1 hr. de snorkel por el increíble arrecife de coral repleto de peces tropicales (atención, que siempre vuelven a pedirte a dinero cuando llegas al lugar en concepto de “algo”) y a continuación volvimos a almorzar una plato de pescado con arroz, ensalada y patacones a Isla Barú.
Sin duda alguna Playa Blanca es una de las playas más paradisíacas de Colombia y tal vez de América Latina, es un lugar donde la arena blanca y el mar turquesa te obligan a hacer mas de una visita. A tal punto que al final del viaje regresamos a Cartagena para pasar los últimos días en Colombia en aquella maravillosa ciudad. Allí decidimos volver a visitar Isla Barú, pero ésta vez nos quedamos a dormir en el lugar. Para pasar la noche tenés tres opciones frente al mar: en hamaca con red mosquitera, en carpa o por algunos pesos más en unos bungalows de madera.
Nuestro grupo optó por la opción de la carpa ubicada frente al mar y bajo una especie de techo de hojas de palmera que amortiguaría la lluvia en caso de ocurrir por 20.000 COP. Para ser sinceros es el sueño de cualquiera dormir frente al mar en una playa paradisíaca donde ni siquiera hay energía eléctrica, pero la falta de baños, a excepción del mar, y de otras comodidades básicas te llevan acortar tu estadía en esas condiciones. Es importante llevar linterna, ya que a excepción de los restaurantes al final de la playa que se encuentran iluminados por velas, después del atardecer ya no puede verse nada. En estos bares se puede comer por un precio bastante razonable (15.000 COP), por lo que no es necesario aprovisionarse con latas de conserva si solo vas a quedarte una o dos noches. Disfrutar de una atardecer en Isla Barú y caminar por sus playas iluminadas por la luna y las estrellas es una experiencia que nadie que viaje por aquellas latitudes puede dejar de vivir, así como tampoco levantarse por la mañana cuando sale el sol y pegarse un chapuzón en esas aguas celestes disponibles sólo par vos.
Al otro día nos tocaba retornar al continente a las 3 pm, que es el horario estimado en que salen las lanchas de regreso. Como solía pasar en Colombia, la lancha que nos llevó el día anterior nunca volvió al día siguiente, por lo que tuvimos que negociar con otro capitán nuestro regreso por otros 15.000 COP más. La vuelta a través del mar suele ser bastante movida, sobre todo si el capitán que te toca es un absoluto irresponsable que no regula los dos motores de 200 HP cuando encara olas de 4 metros, así que como consejo traten de buscar las embarcaciones más grandes y evitar las más pequeñas y rústicas. Además, si pueden, siéntense de la mitad de la embarcación hacia atrás para evitar malos ratos.
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