* Por Ivana Viano
Un día se te viene la idea, viste una foto, lo leíste, te contaron. No te acordás bien. Te obsesionás, te das cuenta que sólo pensás en eso. Se vuelve tu meta, tu objetivo. Ya todo empieza a ser menos pesado, se va acercando el momento.
Un día se te viene la idea, viste una foto, lo leíste, te contaron. No te acordás bien. Te obsesionás, te das cuenta que sólo pensás en eso. Se vuelve tu meta, tu objetivo. Ya todo empieza a ser menos pesado, se va acercando el momento.
Y ahí estás, buscando y buscando, te leés todas las páginas y blogs, buscás en mapas o en libros viejos, y vas delineando tu ruta. Esa que quizás tiene algo de la de los otros, pero es más tuya. Tiene tu sello, tanto como si los lugares hubieran sido hechos para que vos los recorrieras. Imaginás y te vas viendo en cada foto sacada por alguien, que a lo mejor ni conoces, estas ahí. Ahora, todos tus sentidos están puestos en eso, tu viaje, tu destino, tu camino.
¿Por qué es tan lindo viajar? ¿Será que en ese proceso previo, a cada lugar lo vas haciendo tuyo? ¿Será que uno quiere escapar de algo? ¿O simplemente es el placer de llegar a dónde uno quería estar? ¿Será una necesidad de estar lejos de lo “propio” para apreciarlo más? ¿O es el deseo reprimido de estar más cerca de uno mismo? Esa sensación de querer pero temerlo, el miedo a eso que verdaderamente somos, que nadie conoce, ni nosotros mismos.
Empezás a hacer números, ¿Llegaré? ¿Me alcanzará? ¿Pasaré hambre? ¿Llevaré demás? Las preguntas son más que las respuestas. Siempre. Arriesgar y decidir, dos palabras que de ahora en más se repetirán incansablemente. Cada decisión tendrá indefectiblemente su consecuencia. Y a diferencia de lo que estás acostumbrado, éstas a veces son únicas. Quizás allí esté la magia.
Y así, esa ruta, ese camino imaginario, se va haciendo real. Y se tiñe de sensaciones, sentimientos, sabores, olores, colores, irrepetibles. El frío es distinto al que estas acostumbrado, el sol quema de otra manera, los afectos se hacen más intensos, el hambre es hambre en serio, tu mochila es lo único que tenés.
Más de una vez, aunque no quieras pensás en lo que dejaste atrás. Esos días lejos de casa parecen años, sentís la necesidad de abrazar a esas personas de todos los días, las que muchas veces das por sentado. Y conocés lugares ideales, casi perfectos, imaginás a todas las personas que te gustaría que estuvieran ahí con vos. Y estás solo, te ves solo, memorizas cada detalle, para que no se te olvide jamás, para después contarles a todos ellos lo casi perfecto de ese lugar. Y quizás lo mágico y paradójico sea eso, estar en el lugar más hermoso, y encontrarte sólo.
Conocés a quienes están en la misma que vos, conocés a quienes crees conocer, de una manera única. No reaccionás de la misma manera, y lo que esperas que otros hagan, no sale. No funciona así. Todo se multiplica y se experimenta el doble. Valorás un consejo, una voz lejana, un mensaje como nunca antes. Entendés que a pesar de todo, y aunque dudes y te parezca raro, existe la honestidad, el dar sin pedir nada a cambio y te indignás cuando ves la miseria, el hambre, la pobreza, en tu prójimo, en el que va sentado al lado tuyo. En tu hermano, en alguien casi igual a vos. Y te preguntas qué es la justicia, quién es el que decide, quién es el que determina, quién es el que permite la angustia, el sufrimiento y ¿por qué?.
Y así cuando menos te lo imaginás, el sueño se acabó, tenés tu pasaje de vuelta. Se termina eso que imaginaste por tanto tiempo. Te sentís distinto, te mirás al espejo y sos otro, maduro, independiente y algo orgulloso. Lo lograste, lo logramos. Querés volver, y no. Algo de vos te tira a seguir viajando y también necesitás de lo tuyo, lo diario, lo cotidiano. Eso de lo cual te quejaste tanto, sí, eso.
Empezás a reconocer tus lugares, y el corazón late, al ver las sierras, enormes y tan tuyas. Entrás a la ciudad, y sí, es tuya, con su ruido, con su humo, con todo. Pero es tu casa. Llegás, abrazás a tus seres queridos, mirás tu cama, tu baño. Bajás y les mostrás las fotos y comenzás a hablar. Y no hay nadie que pueda pararte.
A los días, te das cuenta que aquello de lo cual quisiste escapar, sigue igual, ahí. Que todo lo que dejaste sigue intacto, inmóvil. Que las fotos son fotos y parecen vacías. No se comparan con esos lugares casi perfectos con los cuales te deleitaste. Que las anécdotas y las experiencias suenan aburridas, y no tienen esas sensaciones, colores y sabores únicos. Quedaron allá, en la ruta, tu ruta, ahora de los recuerdos. Que vos cambiaste para siempre, lo demás sigue ahí. Inmutable.
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